Sencillo: un matrimonio como ninguno otro. Juegos al aire libre que incluían tejo de plastilina con totes de verdad, martillo con campana que aveces no sonaba; dardos magnéticos que pegaban; perros calientes de verdad, crispetas de bazar, caseta de fotos con props y cosas chistosas y gente haciendo cola para entrar a tomarse fotos. Y el milagro: Una lluvia que venía a lavarnos; que ya estaba ahí... pero que dio un giro hacia el horizonte y nunca llegó.
Emma y Juan David le acababan de dar la vuelta al mundo para llegar a Villa de Leyva, Boyacá. Venían a casarse. A hacer realidad el sueño de unir sus vidas ahí. En un pueblo empedrado, colonial. Un lugar rodeado de desiertos y pozos azules. De avestruces, de viñedos. De montañas enormes. Pues de Australia, se trajeron todo el amor. Y me invitaron para capturar la historia de su matrimonio.
Emma, la novia australiana parecía un ángel: blaaanca, blanquísima, más blanca imposible; divina, divertida, solo risas. No soy experto en fashion ni mucho menos crítico de moda, pero les puedo decir que el vestido me encantó y ya ha conquistado a más de una novia por ahí. Y a mi esposa. No olvidaré la sonrisa de Emma ni su forma de ser.
El afortunado novio, Juan David, colombiano parecía un galán latino: un bacán full time, un man buena papa; Juan es de esos personajes que perfectamente pueden ser amigos suyos toda la vida así esté al otro lado del mundo y que cada vez que lo ve, lo siente como si fuera un hermano.
Si el escenario para Emma y Juan era mágico para casarse, para mí fue el paraíso fotográfico. Con anticipación pensamos en cuál era la mejor hora para casarse y cuál era la mejor hora para que las fotos quedaran con la luz ganadora. Porque un lugar así es más lindo aprovecharlo de día. Y pues estamos hablando de Villa de Leyva: Un pueblo que parece una pintura natural. Lo recomiendo al cien para casarse.
Entonces cuando los novios le consultan al fotógrafo por la mejor hora para hacer todo, es decir, están de su lado a este nivel, todo es una maravilla. Ya mis colegas sabrán de qué estoy hablando. Cuando los novios nos tienen en cuenta para tomar la decisión de la hora de la ceremonia y cuánto tiempo queremos de fotos, todo es... perfecto: fotos de día, en la tarde, atardecer y fiesta de noche... así todos quedan felices. Y que vengan esas toneladas de fotos espectaculares y la fiesta de noche.
Quiero hacerle una mención especial a los invitados a esta celebración de amor. Son de esos invitados que uno siempre quiere invitar. Gente de ánimo al 100. Gozándose cada minuto a minuto.
Fue un evento divertido. Con espacio para hacer muchas fotos. Y al día siguiente hicimos más fotos, pero en el desierto. Felicidad y arena.
Más gente hermosa aparece en mi camino y eso me alegra. Cada experiencia que me deja este trabajo me confirma que no hay nada mejor que compartir momentos inolvidables con personas que se convierten en familia.
La dulzura de Emma y de Juan David fueron la clave para que esta experiencia haya sido un éxito rotundo.
Acá algunas de las fotos que cuentan la historia.