El Tiempo

El paradero de Don Chinche

Hace unos meses, bastantes ya, la Revista Bocas me invitó a hacerle fotos a la gran leyenda de la televisión nacional, Héctor Ulloa, el mismísimo Don Chinche. 

Cuando llegué a su casa, el hombre estaba muy elegante. Todo un político. Y es que acababa de serlo: había trabajado con la Gobernación de Cundinamarca.

Después de saludarlo y darle las gracias por haber hecho reír durante muchos años a mis abuelos paternos, le pregunté si todavía tenía el vestuario de Don Chinche. Me dijo que sí. Empecé a sentir ansiedad. Le dije que me encantaría tomarle fotos con su atuendo de personaje. Hacerlo como homenaje. El Chinche no puso ninguna resistencia y subió a su cuarto por la pinta. Llegó a la sala con dos bolsas gigantes de plástico y dijo que en una de esas había cargaderas y corbatas que durante muchos años, la gente le había regalado. Increíble ver todo eso. Era como abrir un "baúl de la abuela". 

Encontró entonces sus chiros completos de Don Chinche  y se dispuso a vestirse. Fue una maravilla de escena. Una escena que nunca me imaginé ver. No lo vi en calzoncillos por si tuvo la duda. Pero si supe cómo era que se vestía. Con seriedad. Con amor por su personaje. Vi cómo eran sus zapatos. "A veces usaba estos, los otros que usaba no sé dónde están". Que maravilla. "Esta si es la corbata original", el sombrero, camisa, pantalón, tirantas. Todo el set completo. ¿Yo yo? Tome fotos.

Usé un poco el método de los matrimonios, confieso. Nada diferente, sólo que en lugar  de novia con vestido blanco y joyas, era un personaje de la farándula criolla con pantalón mostaza, camisa de cuadros, corbata de rayas y cosas de esas.

Entonces lo que hice fue tomarle fotos a todo el proceso de conversión. Mágico. Luego le pregunté con mi mano estirada si le gustaría salir a la calle con "esa maleta que está ahí". Agarró la maleta y estábamos listos. "Excelente Don Chinche, usted si que es un personaje querido", pensé. Y nos fuimos para la calle.

Con mi cámara en la mano y perseguido por un personaje de oro de la televisión colombiana, salimos a buscar paradero para hacer las fotos. "Dime dónde me paro", me dijo El Chinche.

Le di un par de indicaciones mientras saludaba a algunos transeúntes que le decían "buenas Don Chinche". Había un par de vecinas asomadas en las ventanas de sus casas pendientes. Muy pendientes. De inmediato me di cuenta que el actor se había metido de nuevo en su personaje. Increíble. Lo puse a caminar unos pasos. Le dije que se recostara contra el muro. Que me ignorara. Que hiciera de cuenta que estaba esperando a su novia. La de la serie. Y eso hizo. Muy obediente el Chinche.

Después me acerqué y le dije que necesitaba que hiciera todos los gestos típicos del personaje. Y empezó como si hubiera dejado de hacerlo ayer. Con levantada de mano y hombro. Con la subida de mentón, etc. 

No me alargo más en este asunto. Pero sólo les cuento que al final le pedí un abrazo. Le dije que era en nombre de mis abuelos que hubieran hecho lo mismo de estar vivos y al frente de él. Entonces fueron como tres abrazos en total.

Acá las fotos de ese día inolvidable en mi vida. Las fotos de un personaje muy colombiano. De un humor típico colombiano. De nuestro "cantinflas".


Iluminando a Fernando Londoño antes de su viaje.

Me invitó la revista Bocas a hacerle retratos al fundador de Caracol Radio. Fue en su casa. Entré, recorrí los espacios. Me encantó todo lo que vi. Lo primero que vi llamó mi atención fueron las cortinas del comedor. Tenían unas líneas interesantes. Y pensé que ahí podría hacerle algunas tomas. 

Caminé un poco más hacia el fondo y encontré una sala rodeada de libros y cuadros. Había una pintura que me gustó. Tenía a dos niños que estaban cerca de una ventana abierta. El espacio debajo de la ventana era perfecto para sentarlo ahí y hacer una toma donde él interactuara de manera indirecta con los dos niños. 

En la misma sala había una mesa de madera. Esas que usan para jugar. Era cuadrada, oscura y de buen alto para sentar a Fernando.

Afuera había una terraza y también pensé que ahí podríamos hacer unas tomas que finalmente hicimos.

Cuando terminé de recorrer el apartamentazo de Fernando Londoño, él ya venía caminando con ayuda de una enfermera desde la zona de las habitaciones. Daba pasos lentísimos y estaba muy atento para ver quiénes éramos los visitantes. Nos saludamos. Y nos volvimos a saludar con un poco más de volumen para que nos oyera bien.

Muy amable el viejo. Le conté que le iba a hacer unas fotos y le mostré los lugares que había escogido para hacerlos. Pregunté si podía mover un par de muebles para dejarlo como un príncipe. Aceptó y saqué la mesa de madera y la puse en el comedor. Recibí un vaso con agua y pregunté si podía cerrar la cortina un poco. Me dijeron que hiciera lo que necesitara. 

Ya con la mesa lista, pregunté si tenían un radio de antena. El mismo Fernando le pidió a la empleada que le trajera su radio de bandas. Lo puse en la mesa. Acerqué una de las sillas del comedor y lo ayudé a sentarse cómodamente. Una vez sentado pensé rápidamente en el tipo de iluminación. Sabía que quería dar la sensación de estudio de radio, usando los recursos que tenía a la mano. Todo se reducía a la mesa y a la cortina. Me pareció que con pocos elementos podía lograr unas fotos con un look viejo. También pensé en poner un flash que alumbrara desde arriba la mesa. Le puse el cono de luz suave y monté el flash en un stand. Lista esa luz.

Hice un par de tomas de prueba para saber si la luz hacía su tarea. Perfecta la luz, empecé a dirigir las poses de Fernando. Muy básicas: pon un brazo acá. Baja la cabeza. No me oía bien. Me paré detrás y le dije que con todo respeto iba a moverle la cabeza con mis manos. Le susurré con buen volumen que ahí estaba divinamente. 

El único flash de esa primera toma lo moví hacia la cámara para que no le llegara directamente sobre la cabeza y evitar sombras en sus ojos. Me gustó la prueba y seguimos haciendo fotos. Hice unas pequeñas variaciones en las poses de Fernando y quedé satisfecho con los resultados. Pensé con tranquilidad que ya había un par de buenas fotos. Una de las poses fue decirle que pusiera su dedo cerca de la oreja y le dije, "Fernando para oreja... como si estuvieras oyendo noticias". "¿Así?", me preguntó. Me levanté una vez más y le ayudé a poner el dedo en el cachete con mucha ternura.  

Pasaban los minutos, que no fueron muchos, y ya sentía que estaba con mi abuelo. Le pregunté sobre el inicio de Caracol y me contó que la compañía había sido creada en Cali... Yo no tenía ni idea de eso y me gustó saber que sucedió en la ciudad donde estoy viviendo en este momento.

Lo ayudé a levantarse. Y nos fuimos a la sala. Allá lo volví a sentar en una silla cómoda que ya estaba debajo del cuadro que les conté. Perfecto. Esta vez iluminé su cara por el lado derecho con un paraguas para evitar las sombras sobre el cuadro y suavizar las sombras en su cara. Estas tomas fueron mucho más rápidas. No quería cansarlo. Me gustó lo que vi en la cámara. Se creaba una interacción con los niños del cuadro y Fernando. Eso me gustó y le pregunté si podríamos salir y hacer las últimas afuera en la terraza. Para ese momento ya estaba el hijo quien lo ayudó a salir.  

Le dije que estaba muy serio. Me dijo que le echara un chiste. Se lo eché. Se rió. Pero se rió muy rápido y quedó serio en milésimas de segundo. Entendí que Fernando se había reído de puro educado. 

Para la iluminación, usé el mismo paraguas y el mismo flash de la foto anterior. Había poco tiempo. Sabía que no podía disponer mucho más de su tiempo. Entonces utilicé el mismo flash para oscurecer el fondo que tenía bastantes cosas que podían distraer el ojo del observador.  Luego moví el ángulo de la cámara y le hice unas tomas de perfil contra un muro de ladrillo. Cuando los fondos son uniformes, me gustan. Pero cuando no lo son pueden ser elementos de distracción para el ojo.

Listo. Terminamos. Fueron unos 20 minutos en total. Fernando entró a la sala de nuevo y se sentó en el sofá. Nos invitó a sentarnos. Nos sentamos un segundo y medio y luego anunciamos nuestra retirada. Nos despedimos con un tierno apretón de mano.  

Le manifesté el honor de haberlo retratado. Fue atento en su respuesta y se marchó por el mismo corredor hacia su habitación, acompañado de su enfermera. Me quedé unos segundos mirándolo. Pensando que quizá iba a ser mi primera y única vez. Y así fue. Cuando llegaba al final del corredor, subí el volumen antes de hablar, y le dije que había quedado como un príncipe en las fotos. Ya sin voltearse, oí que se rió y dijo que eso esperaba. 

Hoy, revisando el periódico El Tiempo, vi publicada una de las fotos que le hice. La del dedo en el oído parando oreja. Y me impactó saber que se había marchado para siempre. Espero que su gran carrera por la vida, sus grandes pasos como pionero de la cadena radial de Colombia, CARACOL, haya llegado allá arriba. Allá donde viven los príncipes. Y que lo estén haciendo reír mucho.

Yo me quedo con este recuerdo. Con estas fotos que le hice a una de las leyendas de nuestro país. Todo un honor.

 

Fernando Londoño Henao

Fernando Londoño Henao