El VanGogh opita

Yo sé. Suena irreal. Pero no es así. En la carretera, rumbo a hacer unas fotos para Mecánicos Asociados, pasé por una casa campesina. Sentado en el borde del corredor, estaba un viejo desgranando unas mazorcas. Me llamó la atención. 

Le pregunté al conductor si podíamos parar. Me respondió de una vez orillándose. Me dijo que lo conocía. Nos bajamos. Era un viejo ciego. Simpático. Sus manos y su rostro me llamaron la atención. Le faltaban un par de dedos y una decena de dientes. Fui por mi cámara al carro y empecé a hacerle fotos a este campesino que no dejó de alegrarme.  

Después de hacer algunas tomas y de revisarlas, me di cuenta de su gran parecido con el Holandés Loco, el gran Vincent VanGogh. No sé. Tal vez fue su sombrero de paja. Su barba. Los colores que lo rodeaban en aquel remoto lugar. Tal vez no entenderle mucho lo que hablaba.

De todas maneras nos pudimos comunicar. Lo hice reír. Y confirmé que era un viejo de buen humor, a quien le llegó compañía inesperada y que no dudó en destapar detalles de su pasado no muy lejano, pero lejano al fin. 

Unos minutos antes de empezar la sesión, cuando recién había sacado mi cámara, le pregunté si le podía hacer algunas preguntas acompañadas de fotos. Me dijo que sí con la mano abierta y estirada.

Acomodando su propina en el bolsillo del pantalón, se relajó y se dejó hacer preguntas curiosas, unas picantes, otras atrevidas y así poco a poco le terminé haciendo todo un estudio de fotografía. Casual, divertido. A ciegas.  Con tanta risa, algunos granos fueron cayendo alrededor del balde. Que cualquier desprevenido podría pensar que el viejo estaba escupiendo dientes...

El parecido de este viejo con VanGoh era cada vez más impresionante. Sólo que este loco era más opita que la mismisima achira, y no tenía un lienzo en frente, sino un bulto de pepas de maíz y algunas historias para compartir con una risa que sonaba como chiflido cada vez que se reía. 

No estaba en Arlés, sur de Francia. Era en los alrededores de Neiva, Huila al sur al sur al sur del cerro del Pacandé. Pero me sentí por momentos como hablando con uno de los artistas que más admiro.  Y aunque no era tal el impresionismo, fue una de las charlas más divertidas que he tenido este año, con un personaje real que vive al lado de una carretera y es feliz. En su sombra.

 

 

 

 

 

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