Se perdió en la selva de cemento
Encuentro con El Tío y lo que dijo sobre esas cosas que no se han dicho del Amazonas.
Después de 20 años de graduado del colegio fue realmente emocionante encontrarme con “El Tío”. Un amigo con el que crecí, compartí profesores, recreos, partidos de fútbol y excursiones por diferentes lugares de Colombia. Con El Tío viajé al Amazonas a ojo cerrado. Y si usted lo conociera, haría lo mismo.
El Tío nació para la selva. Cree profundamente que su vida no tiene sentido si está detrás de un escritorio todos los días. En cambio está convencido que la selva le guarda respeto y lo protege. Así se lo dijeron los indígenas del Amazonas, incluido el principal cacique de caciques, el jefe de 27 comunidades indígenas, el Papa del Amazonas: el mismísimo Diablo.
No podía creerlo. El Diablo me estaba hablando. Decía cosas indescifrables y se reía. Cuando hablaba le salía humo verde. Humo que entraba directo por sus redondas y amplias fosas nasales. Entre los nervios de los bichos y la lejanía del cemento, eso era lo que me faltaba: no entenderle nada a ese señor. Mientras me hablaba el Diablo yo miraba sus ojos perdidos. Hacía un recorrido por la Maloka y regresaba a sus gestos. Por momentos, me sentía como protagonista de documental de National Geographic al frente del personaje más famoso de la selva. Sí. Esos personajes que uno ve por televisión. En la tranquilidad del hogar: sentado y cómodo. ¿Un whisky? No era el caso. Allá estábamos. Con sed. Sin agua potable a la mano. En la mitad de la selva, dentro de la Maloka del Diablo. Con la cara lavada en sudor. Sentados en una tabla tratando de interpretar lo que tenía que decirnos el Maestro. Nos mirábamos entre sí en busca de respuestas pero las dudas se fueron y volvieron como el humo...
Aclaremos lo del Diablo para que estemos en la misma página. Este Diablo no es ningún demonio. No tiene cachos ni cola. Lo que si tiene es poco diente. Este Diablo es un indígena Huitoto. Nació hace 76 años, pero lleva vividos como unos 150, entre rape, mambe, yarumo y otras mezclas orgánicas. Todos en la comunidad indígena le guardan respeto y admiración. Dicen que tiene todos los poderes de chamán. El Tío es uno de los que lo cree seriamente. El viejo es curandero, brujo, maestro y usted conoce su historia cuando abre la boca y habla. Lo que dice va impregnado de mambe con un poco del envolvente humo de un pielrroja sin filtro.
El Diablo no se sienta. Se acurruca. Esto, mientras bate y bate la mezcla de coca con cenizas de yarumo. En este swing, sus ojos buscan pasado y futuro. Entona oraciones y cánticos en su dialecto. Cierra los ojos y levanta las cejas. Para un primíparo como yo, lo que decía era bastante raro. A lo mejor uno de los dones recibidos del más allá sea ese, el de que los demás indígenas entiendan perfectamente lo que él les dice. Lo supe de inmediato cuando suspendió el canto. Murmulló muy bajito. Un indígena que estaba cerca prestando atención, salió corriendo. A los pocos segundos, llegaba con el tarro del mambe para recarga.
Muy cerca del Diablo está El Tío. No le quita el ojo de encima al Maestro. Con toda su sutileza felina, El Tío se acerca con prudencia al Diablo. Se le acerca más y asiente. Con su cabeza inclinada, parece, en parte, recibiendo la bendición. En parte, tratando de entender lo que le dice el chamán. Parecían rezos y mensajes que llegaban del más allá. Eso me confundió. Porque para mí, hacía rato estábamos en el más allá.
Si pudiera escoger, El Tío escogería la selva. Es donde se siente cómodo. No le tiene miedo a ningún bicho. De las cosas que más disfruta es salir en las noches a explorar. Insiste que en las noches es cuando realmente se ve la vida de la selva en toda su magnitud. Y le creo. Porque en la noche se veían más de una docena y media de ojos que brillaban con las linternas. Y todos parecían estar mirando hacia acá. Miles de seres vivos nos miraban. ¿Anacondas? ¿Jaguar? Lo que fuera. No me esforcé en salir de la duda.
Bogotano. Bachiller del Gimnasio Moderno. El Tío estudió Administración de Empresas y se ha dedicado a trabajar en la compañía familiar que tiene más de 50 años. Pero lo suyo son los cuchillos afilados, los colmillos de tigre y las caminatas nocturnas en la jungla salvaje. Y mil vainas más relacionadas con selva y aventura. Él mismo cree que no está en el lugar indicado cuando lo veo detrás de un escritorio. Pero de todas maneras, le saca provecho a su realidad urbana. Ha logrado convocar a extranjeros que buscan la jungla salvaje. Exacto. No buscan el camino del turista que va en pantaloneta y camiseta del Barcelona tomando fotos con un iPhone. No. El Tío los lleva con las manos sueltas por entre la madre selva. Explicando las técnicas y trucos para ir y volver a contar el rollo. Me pasó a mí. El Tío no entra a la selva sin pedirle permiso a la madre naturaleza. Una vez adentro, respeta cada tronco, cada planta. Va con la vista atenta. Parece que tuviera sensores. Asegura cada paso que da entre la maraña de raíces que brotan del piso. Raíces que no parecen otra cosa que las mismas venas de este pulmón del mundo. Que nos ve avanzando. Hacia el más allá.
La pasión de este aventurero por el Amazonas lo hizo hacer un hotel. Fue su excusa para tener contacto permanente con la selva. Lo construyó en tres meses con todo lo que le daba el entorno. Como atracción para los visitantes, tenía más de 50 serpientes en un reservorio. Las liberaba y salía a buscar otras. De verdad las consentía. Tanto, que salía a conseguirles alimento. Alimento vivo, por supuesto. En sus garras cayeron ratones y sapos de cualquier cantidad de tamaños.
Si los mexicanos tienen un ritual de sal y limón para tomar tequila. Los huitotos tienen su propio estilo de comerse un gusano mojojoy: se le quita la cabeza, se le sacan las tripas y se absorbe toda la sustancia, que no es otra cosa que grasa. Eso parece que alivia los problemas respiratorios. Yo casi me quedo sin respiración tomando las fotos de esa sangrienta secuencia.
Pasaron los días. Navegamos por el Amazonas. Vimos la vida alrededor del río. Niños y ancianos. Blancos, negros e indios. Descubrí cómo funciona el pulmón del mundo.
¿Usted cuándo piensa ir?